El profesor Joaquín Arquillo ha localizado en la provincia de Sevilla más de 30 imágenes realizadas con técnicas mexicanas del siglo XVII

 
Publicado: Alberto Mallado / Sevilla
Día 26/12/2011 – 23.12h

Los crucificados que llegaron de América

En el XVII el puerto de Sevilla hervía de exóticas mercancías llegadas de América que asombraban a los sevillanos que nunca habían visto algo similar. Pero entre ellas había también objetos que les resultaban familiares. Habían hecho un largo viaje cuando aquí se hacían excelentes piezas que eran motivo de orgullo local y admiración de todo el Reino. De los barcos de la flota de América descargaba en el siglo XVII, imágenes de Cristo crucificado, fabricados en las Indias por los nativos de aquellas tierras y hechos con las técnicas y los materiales con los que los aztecas hicieron durante siglos a los dioses a los que adoraban. 
¿Cómo podían competir estos crucificados con los de la escuela sevillana, que eran espejo artístico para el resto de España? En un mercado ya convertido en global, tenían una ventaja competitiva: eran más baratos por los materiales que empleaban y resultaban mucho más ligeros en cuanto a peso. Esto hizo que durante el XVII llegaran a España cientos de imágenes de Cristo desde Méjico, para atender la enorme demanda de este tipo de piezas que existía en la época.
El profesor titular de Restauración de la Facultad de Sevilla, Joaquín Arquillo ha seguido la pista a estas singulares imágenes y sólo en la provincia de Sevilla ha localizado más de 30. Pero hay más: en el entorno de los puertos gallegos son frecuentes, al igual que en las Canarias. La última imagen de este tipo que ha localizado es la de un crucificado que un particular ha donado para la Sección de Adoración Nocturna de Alcalá de Guadaíra y que recibirá culto en el convento de Santa Clara. Actualmente se encuentra en restauración en el aula de 5º de licenciatura.
El crucificado que ahora restaura está hecho con telas para fijar su estructura y una pasta que posiblemente se haya obtenido de la planta del maíz, un material muy abundante en México y barato. Su interior es hueco y en su estética sigue los cánones del Barroco sevillano. Esto es lo que se conoce hasta ahora de la imagen, pero está previsto realizar más análisis mediante radiografías o rayos ultravioletas.
Pero la historia de este Cristo y de otros muchos que existen en España y en Sevilla comienza en Hispanoamérica. Con la llegada de los conquistadores comienza el proceso de evangelización y los recién llegados pronto se dan cuenta de que para facilitar que los nativos asimilaran el cristianismo era necesario «adaptarlo» a sus usos. Los pueblos aztecas eran conocidos por su belicosidad. Iban a la guerra bajo la protección de sus dioses que llevaban a la batalla en forma de tótem. Estos dioses debían ser grandes para impresionar al enemigo y a la vez ligeros para poderlos poner a salvo con facilidad en el caso de que la batalla fuera desfavorable. Estos requerimientos dieron forma a una técnica de ejecución que permitía crear representaciones divinas de grandes dimensiones y poco peso. Otra de las notas distintivas de estos pueblos era la inclusión en su religiosidad de sacrificios humanos en los que la extracción de vísceras del cuerpo humano era un rito habitual.
La traducción de ambos elementos al cristianismo, dio origen a la realización de cristos hechos con las viejas técnicas aztecas que los hacían muy ligeros y aptos para procesiones y cultos al aire libre, en los que las imágenes podían portarse a modo de Cruz de Guía. Otra de las notas distintivas de muchas obras es que se trataba de imágenes muy cruentas, llenas de sangres y que no escatiman en detalles macabros. La lanzada deja un hueco en la carne por el que se ven las costillas o incluso el corazón, en las llagas de las rodillas es visible el hueso de la rótula… Incluso es frecuente que estos huesos o vísceras al alcance de la vista de los fieles sean humanas. Joaquín Arquillo ha estudiado estas imágenes y sus similitudes con las que ha localizado en España en el museo que existe en Michoacán, donde se exponen más de cien tallas de crucificados que siguen estos parámetros. Esto era demasiado para el gusto de Sevilla, apegado a estampas más apolíneas como las del Cristo de la Clemencia de la Catedral. Pero la técnica de ejecución sí aportaba una ventaja competitiva en términos económicos que permitió a las colonias hacer llegar a España cargamentos enteros de estas imágenes. Se trata de imágenes dulcificadas, poco cruentas, muy del gusto del sur de España, que hicieron fortuna y se repartieron por todo el país. 
Un caso destacado es el crucificado de la Vera Cruz de Dos Hermanas que procesiona en Semana Santa y que responde a esta tipología, según pudo comprobar Arquillo en la restauración a la que sometió a la imagen hace años, pero hay otros ejemplos en Sevilla, como una talla que posee la hermandad de las Siete Palabras.